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“Históricamente los viejos se han representado a través de formas en que nadie quiere verse”

 

ENTREVISTA Maite Alberdi, directora de ‘El Agente Topo’

 

Es la responsable de llevar por primera vez a los Oscar al documental chileno y lo hace, además, con un tema poco recurrente (y a veces incómodo): la soledad en la vejez. Maite Alberdi (Santiago de Chile, 1983) es la directora de El Agente Topo (2020), el largometraje que relata la historia de Sergio Chamy, un jubilado de 85 años aburrido de su vida que decide presentarse a un trabajo de infiltrado en una residencia de personas mayores. Su misión, que empieza buscando pruebas para denunciar un supuesto maltrato a las residentes, da un vuelco completo cuando comienza a convivir día a día con ellas. Una cotidianidad que proyecta una radiografía íntima de lo que ocurre en ese lugar.

La película, que se estrenó en los cines españoles hace tres semanas, también ganó un premio del público en el festival de cine de San Sebastián y fue nominada en los premios Goya. Toda la expectación está ahora puesta en el 25 de abril, cuando se sabrá si Alberdi se lleva la estatuilla al Mejor Documental en la gala de los Oscar 2021.

¿Cómo ha recibido la nominación de la Academia de Hollywood?

Ha sido emocionante. Rompimos una barrera de entrada en una categoría en la que nunca había habido un documental chileno nominado. Y soy la primera mujer. Creo que este ejemplo abre camino a muchos otros. Nosotros también estamos aquí porque vimos a otros chilenos nominados que nos fueron abriendo la puerta y enseñando cómo hacerlo. Ha sido bonito ver como una historia universal como esta se posiciona en una industria –o en una categoría– asociada a otro tipo de temáticas; como una nueva manera de narrar penetró en una industria más tradicional.

¿Cómo ha sido tu trabajo en la postproducción de una película que tiene a la vejez como tema y coincide con una pandemia que impacta duramente contra la gente mayor?

Esta película la filmamos en 2017. Si la hubiese filmado en 2020 quizás sería la misma porque es un documental en el que la gente está aislada, se siente sola y las puertas están cerradas. Están en una especie de confinamiento simbólico, donde poca gente del exterior entra. De alguna manera, ya están encuarentenados. Nosotros hablamos de que en ese lugar había una pandemia de soledad que estaba antes de la pandemia [de la Covid-19], la gente se sentía sola y no tenía visitas.

¿Qué nos hizo conscientes, a quienes estamos afuera, del tiempo que hace que no vamos a visitar a nuestros familiares, no llamamos a nuestros abuelos, o a nuestros padres? La película siempre fue universal, pero se volvió contingente este año porque llega en un momento en que todos nos estamos haciendo preguntas sobre las distancias. Fuimos más conscientes de ese abandono y aislamiento, pero estos no existen desde 2020, existen desde hace mucho tiempo.

Ha hablado de un interés en romper estereotipos sobre las personas mayores. ¿Y sobre las residencias, que también han sido estigmatizadas por mucho tiempo?

En Chile se ha dado mucho eso de responsabilizar de todo a las instituciones, a las residencias, pero para que funcionen los familiares también tienen que ser parte e integrarse a dichas instituciones y hacerles un monitoreo. Acá, pero, el anciano se va a vivir a la institución y desde ese momento todo lo que le pasa, en términos de salud y afectivamente, es 100% responsabilidad de la institución. Ahí está el problema. Son cuidadores y tienen que hacer su trabajo, pero hay un vínculo social y cultural con la familia que no es responsabilidad de las instituciones.

En Chile le dices a un adulto mayor de ir a vivir a una residencia y nadie quiere. No es como en Estados Unidos, donde todo el mundo quiere ir porque la residencia se entiende como un espacio de sociabilidad, donde las personas están cuidadas y tienen independencia. Acá, en cambio, implica aislamiento y pasar de una vida social y familiar activa a romper todos los vínculos. Es como una muerte simbólica.

Has hecho otros trabajos sobre personas de la tercera edad, como La Once (2014), que también recibió varios premios internacionales. ¿Tienes una preferencia especial por este colectivo? 

La representación de los mayores siempre está asociada a la falta de salud, pero creo que hay tantas historias como personas mayores existen. No me gusta crear etiquetas sociológicas sobre las personas mayores porque cada persona es un mundo y hay muchas formas de vivir la vejez. Eso es lo que estoy tratando de representar. Es una etapa de la vida en que se tiene experiencia, se tiene tiempo y se es consciente de estar viviendo los últimos años.

El mismo Agente Topo es una persona que quiere trabajar, hay una señora que se quiere enamorar, otra que tiene Alzheimer, otra que echa de menos a sus hijos… Hay tantas posibilidades distintas en un mismo lugar que tenemos que romper el estigma del miedo y empezar a preguntarnos qué viejo queremos ser. De niño nos preguntan mucho qué adulto queremos ser. Pero, en cambio, no proyectamos porque hemos bloqueado la vejez, porque no la hemos visto tan representada.

El cine y las comunicaciones tienen poder simbólico. Lo mismo que ocurre con los estereotipos de género en la publicidad, ocurre también con la vejez. Históricamente, los viejos se han representado en los medios a través de formas en que nadie quiere verse o siempre desde lo dramático. En El Agente Topo hay drama, pero también mucho humor y goce en el cotidiano.

Tenemos que empezar a preguntarnos cuáles son las dificultades que viven hoy las personas mayores, cómo se sienten en esas residencias y por qué no estamos construyendo las residencias que queremos juntos. En Latinoamérica pasa algo similar a lo que ocurre en España. Estábamos acostumbrados a que los mayores vivían en las casas, con las familias –yo me crié con mi bisabuelo y abuela–, y pasamos de esto a vivir en departamentos pequeños donde es imposible que la abuela viva en la casa. Hemos pasado abruptamente a la residencia, sin tránsito, a pesar ser culturas acostumbradas a vivir todos juntos.

¿Hay alguna referencia autobiográfica a tus abuelos en la película?

No creo que haya referencias autobiográficas, pero yo era una gran admiradora de mi abuela. Ella vivió una vejez bien plena y muy feliz, entonces yo nunca me he relacionado con la vejez con miedo. Vivió muy contenta hasta el día que se murió y para mí esta aproximación con la muerte y el envejecimiento fue súper determinante en mi manera de mirar.

El otro día un escritor me mandó una carta y me acordé de un recorte que mi abuela tenía en su velador y que ahora está en mi velador. ¡Que increíble que las obsesiones de mi abuela terminaron siendo las mías! Lo leeré [el recorte]: ‘Somos pasajeros (…) en la noche / pensamos que aceptar eso con resignación significa asumir una humillante derrota, la derrota de la finitud y la muerte / Pero el mismo otoño, gran maestro de las estaciones / se encarga de enseñarnos que envejecer y declinar es bello / El otoño no se hace implantes ni liposucciones a sí mismo / No busca prolongar artificialmente la primavera”.

Es una vejez asumidamente bella. Mi abuela decía: ‘¿Por qué hay que sacar la flor del florero porque se marchitó?’ ¿Por qué no podemos ver lo bello que tiene también esta otra etapa? Ahí esta mi defensa visual que quiero seguir construyendo.

Sobre el proceso de creación, ha explicado que conoció el caso de Sergio Chamy trabajando como asistenta de un detective. ¿Cómo fue? 

Fue en 2015. Él trabajaba distintos casos y uno de ellos era el de la residencia. En 2015 hicimos la investigación, levantamos los fondos económicos y vimos los casos que iban llegando, porque primero era una serie de agentes infiltrados, pero fuimos cambiando el proyecto. En 2017 empezamos a grabar.

Antes hablaba sobre la importancia de preguntarse ‘qué viejo queremos ser’. Le hago esa pregunta.

Yo quiero envejecer con deseo de vivir. Siento que ha aumentado la expectativa de vida en el deseo de vivir. Me imagino con deseo de filmar, con deseo de querer, con deseos, los que tenga a esa edad.

 

FONTE: EL DIARIO

 

 

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