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MIRAR DE NUEVO A LA VEJEZ: EL PRESTIGIO FRENTE AL CUERPO

La discriminación por motivos de edad es un problema mundial de salud –física y mental– que puede ser combatido si, como sociedad, pasamos de entender la vejez como un lastre para convertirla en una oportunidad a través de la conversación intergeneracional, la legislación y la educación.

«La edad es algo que no importa, a menos que usted sea un queso». Esta maravillosa frase de Luis Buñuel queda muy lejos de ser cierta en nuestros días. Y es que tal como señala el Informe Mundial sobre el Edadismo presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en marzo de este año, la discriminación por motivos de edad es un problema mundial que provoca problemas de salud física y mental, aislamiento social, fallecimientos tempranos y que cuesta a las economías miles de millones de dólares. Según el documento, una de cada dos personas en el mundo discrimina por motivos de edad, convirtiendo al edadismo en un problema incluso más común que el racismo o el sexismo.

El edadismo se refiere a cómo pensamos, sentimos y actuamos hacía otras personas o hacía nosotros mismos por motivos de edad, y en muchas ocasiones se traduce en estereotipos, prejuicios y discriminación (sobre todo) hacía las personas mayores. Una discriminación que se manifiesta de forma muy llamativa en los casos de maltrato, pero que se traduce igualmente en actos cotidianos, como invisibilizar o infantilizar a las personas mayores, ponerles trabas para decidir por sí mismos, obstaculizar su acceso a un determinado tratamiento médico o a una cama de hospital. También hace referencia a las grandes dificultades para encontrar un empleo a partir de una determinada edad (incluso una vez superada la barrera de los 45-50 años). Esto contribuye directamente al aislamiento social y a la soledad no deseada. Una soledad que, como están demostrando múltiples investigaciones, se está transformando en una epidemia silenciosa de efectos devastadores.

Los perjuicios del edadismo pueden llegar a reducir la esperanza de vida de sus víctimas.

Además, el edadismo tiene varios elementos que lo hacen especialmente dañino. En primer lugar, es una discriminación que puede afectar a todas las personas (porque, aunque a veces no queramos asumirlo, todos vamos a envejecer). En segundo lugar, ataca especialmente a colectivos previamente desfavorecidos (mujeres, minorías étnicas o personas con menos recursos económicos) y, en tercer lugar, es muchas veces una discriminación autoinfligida, ya que los prejuicios y las percepciones negativas se interiorizan, facilitando la aparición de conductas nocivas para nuestra propia salud.

De este modo, diferentes estudios han demostrado que las personas con actitudes negativas asociadas a su propio envejecimiento no solo tienen peor calidad de vida, sino una peor salud mental y un aceleramiento del deterioro cognitivo, incrementándose así las posibilidades de desarrollar una demencia. En algunos casos, el edadismo puede llegar a reducir la esperanza de vida. Asimismo, las personas que sufren discriminación por edad presentan más posibilidades de adoptar hábitos de vida no saludables como las dietas perjudiciales para la salud, el abuso de sustancias (alcohol, tabaco o psicofármacos), el abandono de tratamientos médicos, la negación a pruebas preventivas o no acudir a revisiones rutinarias.

La soledad no deseada, igualmente, provoca efectos directos contra la salud. A fin de cuentas, es una epidemia social con que provoca daños similares a los del tabaquismo o la obesidad, facilitando la aparición de patologías cardiacas, artritis, depresión, demencias, además de incrementar las posibilidades de suicidio en quienes la sufren.

Frente a este diagnóstico, la OMS propone una serie de medidas que pueden combatir el edadismo. Podemos agruparlas en tres niveles: legislación, educación e intervenciones intergeneracionales. Son medidas que pasan por construir una nueva mirada sobre el envejecimiento; y es que hablar de envejecimiento en el siglo XXI no puede versar solo de pensiones o de enfermedad. Eso no representa la realidad. Debemos ampliar nuestra perspectiva para que hablar de envejecimiento hoy sea también hablar de valores, de experiencia, de nuevas oportunidades o de talento senior. Basta recordar los casos de Joe Biden (presidente a los 78 años), Angela Merkel (66), o los premiados este año Frances McDormand (63) o Anthony Hopkins (83 años). Ejemplos de que el talento está por encima de cualquier edad.

 

Los perjuicios del edadismo pueden llegar a reducir la esperanza de vida de sus víctimas.

Y es que las personas mayores saludables y activas constituyen un recurso muy valioso para sus comunidades y la economía, y se han convertido en uno de los pilares para nuestra sociedad. Son ellos (y sobre todo ellas) en gran medida quienes cuidan, quienes están detrás de los comedores sociales, oenegés, asociaciones vecinales y colegios profesionales; quienes van estirando sus pensiones para ayudar a sus familias, y vertebran –y humanizan– nuestra sociedad.

Tenemos un reto: construir una sociedad para todas las generaciones. Un camino que se construye paso a paso, creando espacios, proyectos y recursos que nos ayuden a eliminar barreras, estereotipos y prejuicios. Que faciliten el encuentro personal y el intercambio de apoyo, conocimientos, valores y experiencias entre distintas generaciones y contribuyan a establecer un nuevo modelo de solidaridad intergeneracional. 

Hay proyectos (grandes y pequeños) que van sumando esfuerzos en este sentido, como la Cátedra de Estudios Intergeneracionales de MacroSad y la Universidad de Granada, las actividades de acompañamiento de Grandes Amigos en Madrid, las experiencias intergeneracionales de la Fundación Doña María en Sevilla (integrando voluntariado joven en centros de mayores y trabajando el envejecimiento activo en huertos urbanos), el proyecto Decorar árboles contra la soledad que acerca a personas mayores a colegios en Murcia o la iniciativa del pequeño pueblo de Pescueza, que se ha adaptado por completo para facilitar la vida de sus habitantes más mayores y que puede servir de ejemplo para la España vaciada.

Cabe destacar que todo ello se está haciendo muy lejos del enfoque de «cuidar a nuestros abuelitos», que no hace más que infantilizar y re-victimizar a los mayores; sino desde la perspectiva de que, creando redes entre las distintas generaciones y avanzando hacia un nuevo pacto de solidaridad intergeneracional, se construirá una sociedad mejor, más amable y compasiva, que humanice nuestra convivencia y mejore la calidad de vida de quien la integra.

Tenemos un reto: facilitar el encuentro personal y el intercambio de apoyo entre distintas generaciones

Y es que, como apuntó Cicerón de hace más de 2.000 años: «Un anciano no hace lo que los jóvenes, pero hace cosas mucho más importantes y mucho mejores. Las grandes hazañas no se llevan a cabo con las fuerzas, la velocidad o la agilidad de los cuerpos, sino con el consejo, el prestigio y el juicio».

Pedro Vázquez 

FONTE: ETHIC

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